Todo el mundo está hablando del nuevo comercial de Gillette. A mi, personalmente, me emocionó mucho ver que la publicidad, una de las principales responsables de haber creado esa imagen sexista de la mujer como objeto de deseo y placer, frente al hombre fuerte y generalmente violento, esté por fin tratando de enmendar su error. Tristemente, no todos piensan como yo. Hoy el video cuenta con más de 27 millones de vistas, 741 mil "me gusta" y 1.3 millones "no me gusta".
Muchos dirían que quienes rechazan el video son hombres machistas que ven amenazada su masculinidad. Seguramente un gran porcentaje si lo hace por estos motivos. Sin embargo, lo interesante de todo este debate ha sido escuchar a personas cercanas rechazar el comercial bajo dos argumentos principales: 1) juzgan erróneamente el movimiento feminista como una ideología o doctrina que pretende imponer su pensamiento liberal sobre la sexualidad de personas que no piensan de la misma manera; y 2) defienden la idea de que el comportamiento tanto de hombres como mujeres es el resultado de algo natural e innato.
¿Será que la antropología nos puede ayudar a ubicarnos mejor en el debate?
Los antropólogos se han dedicado a estudiar la variabilidad de culturas en el espacio y en el tiempo, y lo que más les gusta hacer es compararlas. Por eso, si comparamos la infinidad de culturas que existen en el mundo la noción de "naturaleza" se desvanece. Lo que es natural para unos puede resultar completamente absurdo para otros.
Decir que estas personas son machistas sería un error. Son simplemente el resultado del contexto social en el que se criaron. Son el resultado de lo que sus padres les enseñaron que era "normal". Hasta hace muy poco lo "normal" era que hombres y mujeres se comportaran de determinada manera. Los niños debían sentirse atraídos por los carros, las armas, los juegos bruscos, y las niñas por la cocina y las muñecas. Esta diferenciación arbitraria ha tenido efectos terribles principalmente sobre la mujer, porque ha permitido que se asuma que ésta es más débil que el hombre en ámbitos mucho más allá de lo físico.
El movimiento feminista se ha encargado de abrir la puerta para que quienes se quieran comportar de una manera diferente lo puedan hacer libremente sin sentirse juzgados ni discriminados.
Según SIlvia Federici*, una académica y activista feminista, la igualdad de género no se consigue con que las mujeres realicen las tareas que tradicionalmente han hecho los hombres, pues ellos también han sufrido las consecuencias de la explotación capitalista. De hecho, para Federici el lenguaje de la igualdad congela el feminismo, porque asume que la liberación femenina está en el trabajo asalariado: "por supuesto que en un sentido general no podemos estar en contra de la igualdad, pero en otro sentido decir solo que luchamos por la igualdad es decir que queremos la explotación capitalista que sufren los hombres".
La propuesta de Federici, y de muchas otras feministas, es darle al trabajo reproductivo (crianza y cuidado del hogar y de los hijos) el valor que se merece, pues a lo largo de la historia el trabajo que han hecho las mujeres no ha sido reconocido como trabajo y ha sido subvalorado.
En palabras de Judith Butler**, otra académica feminista, el feminismo consiste en "abrir las posibilidades a la gente joven de encontrar su propio camino en un mundo que con frecuencia los confronta con normas sociales crueles y restrictivas. La diversidad de género [...] reafirma la complejidad humana y crea espacios para que las personas encuentren su propio camino en medio de dicha complejidad.
¿Y Qué tiene todo esto que ver con Gillette?
Durante muchos años Gillette promocionó sus máquinas de afeitar bajo nombres como Turbo, Ultra, Max Prestobarba. Esto significa que Gillette todo este tiempo estaba contribuyendo a crear esa imagen de "masculinidad tóxica". En la que el cuidado corporal de los hombres no podía presentarse como un acto de autocuidado y vanidad, sino como un acto violento y que debía llevarse a cabo en el menor tiempo posible (de ahí el turbo, max, ultra, express). Ahora, por el contrario, su nueva estrategia es abrir la posibilidad a las infinitas y diversas formas de ser hombre. Y todo esto se lo debemos a la antropología y al feminismo. ¿Por qué?
Como ya vimos, el feminismo y la antropología se han apoyado mutuamente para mostrarle al mundo que no existe una sola forma de ser ni de ver la vida. Todos podemos ser lo que queramos y nuestras decisiones se nos deberían respetar.
La idea tradicional (hegemónica) de masculinidad y feminidad ha oprimido por mucho tiempo a quienes que no encajan en ninguna de las dos. No es verdad que últimamente haya más población LGTBI, lo cierto es que ahora estas personas por fin sienten más empoderadas de decirselo al mundo y de ser quienes siempre han querido ser.
El feminismo ha estudiado mucho la opresión de la mujer, con respecto al no reconocimiento del trabajo reproductivo, a la desigualdad de salarios y oportunidades de trabajo, al acoso laboral, etc. Pero es hora de que más estudios feministas nos ayuden a explorar las nuevas formas de masculinidad que surgen cuando superamos esa masculinidad hegemónica (o tóxica como la llama Gillette).
¿Cómo lucirían estas nuevas masculinidades? ¿Hombres que quieran dedicar su vida a cuidar de su hogar y de sus hijos? ¿Hombres que se puedan liberar de las corbatas y los vestidos aburridos? ¿Hombres que hablen entre ellos, que se cuenten sus penas amorosas, y que no tengan miedo de expresar sus emociones? ¿Hombres que puedan objetar conciencia porque no aceptan que por ser hombres tengan que enfilarse en el ejército?
Necesitamos más hombres feministas que, así como Gillette, nos ayuden a abrirle la puerta a otros hombres a que sean lo que quieran ser, mientras no violenten ni vulneren a nadie en el proceso
*https://www.eldiario.es/economia/engano-trabajo-asalariado-liberar-mujeres_0_262823964.html
**https://www.newstatesman.com/2019/01/judith-butler-backlash-against-gender-ideology-must-stop
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